2 pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y
éste
crucificado.
3 Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso.
4 Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos
discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y
del poder
5 para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en
el poder de Dios.
6 Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de
sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la
ruina;
7 sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida,
destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra,
8 desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla
conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.
9 Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: = lo que ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios = preparó = para
los que le aman. =
10 Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el
Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.
11 En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el
espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo
íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.
12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos
ha
otorgado,
13 de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de
sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades
espirituales.
14 El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios;
son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo
espiritualmente
pueden ser juzgadas.
15 En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede
juzgarle.
16 Porque = ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? = Pero
nosotros tenemos la mente de Cristo.